ISSN: 2596-0229
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En las últimas dos décadas, se ha podido observar –tanto a nivel regional en América Latina como en muchas partes del mundo– un crecimiento exponencial de diversas experiencias escénicas que pueden incluirse en el amplio espectro del teatro documental. Se trató de una suerte de resurgimiento o inicio de una nueva etapa en la historia de este tipo de prácticas, que pareció haber perdido visibilidad o, al menos, centralidad en el campo teatral durante algunas décadas. En principio, existe un consenso crítico respecto de que las prácticas documentales más recientes difieren significativamente de las experiencias anteriores, lo que da cuenta de una historia caracterizada por la discontinuidad, en la que, a grandes rasgos, se pueden reconocer dos modelos diferentes: un teatro documental que podemos llamar canónico –cuya primera figura destacada es sin duda Erwin Piscator, que tiene a Peter Weiss como uno de sus más grandes referentes y que también incluye algunas de las experimentaciones más audaces de Augusto Boal; y el de las prácticas más recientes, que han sido en ocasiones reunidas bajo la denominación de nuevo teatro documental: un campo en el que la presencia de intérpretes no profesionales (no actores), la exploración de las nuevas posibilidades audiovisuales y el trabajo en zonas de liminalidad entre realidad y ficción resultan centrales y hacen que se las asocie al llamado teatro de lo real, en el que la irrupción de lo real en el escenario es clave. Ambos modelos siguen vivos en prácticas tan distintas como el biodrama, el teatro de tribunal, el teatro verbatim o el teatro épico-dialéctico de carácter documental.